La gran mayoría
de los procesos de transformación personal profunda comienzan por eventos inesperados
y generalmente dolorosos como la pérdida de un empleo, pérdida de una pareja,
pérdida de un ser querido y sus dos grandes consecuencias: pérdida de
entusiasmo y pérdida de ruta. No obstante, estos eventos que calificamos como
inesperados, tuvieron alguna señal previa, aún los accidentes o las catástrofes
naturales, de alguna manera intuíamos lo que venía, pero preferimos ignorar la
campanilla o a lo mejor creímos que íbamos a controlar la situación. Igual, lo
que nos transforma no es el evento mismo sino la manera en que asumimos esa
situación que nos ha dejado momentáneamente fuera de lugar. Ante cualquier
pérdida aparece la ira, el rencor, la tristeza y a veces, la culpa, y ahí está
la verdadera oportunidad de cambio. A partir de lo que una situación límite nos
hace sentir está la clave para trabajar internamente y producir nuevas y
mejores respuestas. Reconocer internamente los sentimientos es el primer paso
para poder convertir una experiencia dolorosa en una experiencia transformadora
y sobre todo, atender al llamado que nos hace el destino para que vayamos en
una u otra dirección. Si termina una relación de pareja es muy probable que
necesitemos aprender a vivir con nosotros mismos; si acaba un contrato laboral,
a lo mejor es tiempo de aprender nuevas habilidades y conocer otros ámbitos de
trabajo y si un ser querido ha partido sin previo aviso, es claro que tenemos
que aprender a vivir sin esa persona. Todas las situaciones de choque nos
llevan a aprender, a modificar hábitos, rutinas y sobre todo pensamientos y
sentimientos. Si te sientes culpable por la pérdida, habrá entonces que revisar
cuál es tu noción de la responsabilidad, porque podemos hacernos cargo de
tareas y compromisos y hacer nuestro mejor esfuerzo en determinada labor, pero no
tenemos el control absoluto de las circunstancias y mucho menos de las
personas. Cada cual toma decisiones y son sus decisiones las que llevan a una
persona a vivir determinadas experiencias. Si el sentimiento que reconoces ante
la pérdida es el rencor, quizás te sientes superior a las circunstancias y no
aceptas que no te resulten las cosas como esperabas; también puedes caer en la
absoluta tristeza, te sientes menos y aceptas la pérdida como un castigo
haciendo evidente una baja autoestima. En cualquier caso, hay un valor
infalible para convertir un momento de quiebre en el reinicio de una nueva
vida: humildad. Sea cual sea el sentimiento, es fundamental reconocer nuestros
límites, saber que no somos dueños de nada, que nada ni nadie nos pertenece
para siempre y que simplemente compartimos un camino en el que todos estamos
aprendiendo.
BEATRIZ VÁSQUEZ GÓMEZ.
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